El problema de la linealidad del tiempo, de su escalonamiento y del necesario aporte de paciencia para llegar a la comprensión de la propia vida. Existe una mecánica del ser incapaz de controlar el ímpetu de ciertas emociones, que se ponen en juego especialmente en la época temprana del vivir. Victorino lo ha aprendido no sin padecer las consecuencias de su falta de cálculo. Sin prisa, pero sin pausa, teje pacientemente el tapiz de su existencia a partir de vidas ajenas, de sus propias experiencias, de sus recuerdos de sus anotaciones salteadas en cuadernos: de reflexiones, de ideales, de convicciones, de ensoñaciones, de su filosofía de vida y, sobre todo, de sus desengaños. Todo ello va configurando ese «campo irisado» que Alain, su nieto y diligente amanuense, se encarga de consignar en este libro intenso que solo adquiere su verdadera dimensión cuando el lector llega a la última página. Y esa es, inopinadamente, la dimensión de ese tiempo que cincela los corazones.