En este mismo instante nace como un manantial que brota entre cimas de montañas frías y nevadas que quieren descongelarse, abrirse a los rayos tímidos y cálidos del sol, alimentarse del deshielo de la pandemia, de los riachuelos vitales e indómitos que se arriesgan a descender desde las cimas más altas y llegan a encontrarse. Son aguas claras y turbias, saltarinas y remansadas, que saben sin saberlo que son mar.
Toda gota es mar, desde la gota húmeda del Xirimiri hasta la gota de cristal del rocío mañanero que borda la telaraña con brillo y la engalana con diamantes cristalinos.
Del mismo modo que la gota se sabe mar y su camino es llegar a la mar, el suspiro se intuye aire y su fin es desembocar en él. Nosotros somos presencia, sin reconocernos. Digamos que, desde nuestro nacimiento, el impulso por descubrir el instante del presente nos susurra y arroba sin saberlo, en el continuo de nuestro devenir, hasta que desembarquemos en la inmensidad del aquí y el ahora.
El ejercicio consciente de la atención plena y la experiencia vital de un desarrollo con u