Hay en la Historia un espacio especialmente interesante: esa zona intermedia, fronteriza, donde los hechos del pasado empiezan a perder su vigencia y los del futuro todavía no se han consolidado. Ese territorio en el que se solapan los viejos y los nuevos acontecimientos y que durante un tiempo conviven sin saber cuál de ellos va a acabar imponiéndose. Esa frontera, difusa, donde lo que era todavía existe y lo que quiere ser aún no se ha establecido. El paso de la magia pagana al cristianismo incipiente es uno de esos temas fronterizos en que dos tendencias, que terminarán siendo distintas e incluso enemigas, se confunden en unas personas y unas prácticas todavía sin acabar de definir. Esta materia se presta, por sus propios contenidos, a tener más de un itinerario de trabajo: uno, el propiamente histórico, a través del acercamiento a la magia y los magos, partiendo de sus orígenes en el Mundo Antiguo, Grecia y Roma, y su desarrollo en el ámbito judeo-cristiano, para pasar luego a estudiar e intentar comprender las estrechas relaciones entre magia y cristianismo, magos, monjes y obispos magos. O lo que es lo